miércoles, 28 de octubre de 2009

Vietnam. Día 27 de agosto: Volamos hacia Ho Chi Minh

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Hoy concluye nuestra estancia en Danang, ciudad que las autoridades del país aspiran a convertir en un enclave turístico de ocio, playas y sol. Construir un aeropuerto con capacidad suficiente para acoger un número considerable de visitantes es uno de los primeros retos que tienen que acometer, ya que el actual es pequeño y provinciano, incapaz de absorber un tráfico superior a los dos millones de personas anuales.
Tomamos un avión de la eficaz compañía aérea Tahilandesa Tahi Airways y en algo menos de una hora aterrizamos en Tan Son Nhat, el aeropuerto de la ciudad de Ho Chi Minh, la mítica Saigón, capital primero de la Conchinchina francesa y después del desparecido Estado de Vietnam del Sur.
Cuarenta años de comunismo no han sido capaces de borrar el carácter de esta ciudad de nueve millones de habitantes. Saigón fue el centro neurálgico de un país hipercapitalista en el que todo era objeto de tráfico económico, incluido el sexo y la droga, que campaban a sus anchas por todos los rincones de la ciudad. Los franceses primero y después los americanos, apoyándose en Gobiernos locales corrompidos, supieron hacer el trabajo a la perfección.
En frente, un Vietnam del Norte austero, extremadamente ideologizado y con una población eminentemente campesina, aferrada a las tradiciones y radicalmente enfrentada a la invasión extranjera.
A pesar de que este último modelo fue el que triunfó y se instaló en el país reunificado, Saigón nunca renunció a seguir siendo la gran ciudad vitalista y bulliciosa que siempre fue.
Así, descubrimos una ciudad que desborda vida por todos sus poros. Rascacielos, carteles de neón, grandes superficies comerciales, escaparates con las marcas de relojes o perfumes más exclusivas, coches y, sobre todo, muchas motos, millares de motocicletas atravesando incesantemente, día y noche, las largas avenidas de la ciudad.Yung es nuestra última guía, la Pigmalión que nos abrirá de par en par las ventanas del sur del país. Toda una profesional, con mayúsculas. Paciente, amable, siempre con una sonrisa en los labios, hace innumerables esfuerzos por explicárnoslo todo, por mostrarnos todo lo que se presenta ante nuestros ojos.Originaria del sur del país, nos cuenta que de niña se trasladó con su padre al norte. No nos da más explicaciones, pero deduzco que para integrarse en el Ejército Rojo. En Cuba, como no, estudió ingeniería, rama agrícola, y de regreso a Vietnam completó su formación estudiando bioquímica.
Llegamos al hotel: el Caravelle. Un hotel impresionante, situado en la zona monumental de la ciudad. En un área de un par de kilómetros cuadrados se levantan el Ayuntamiento, el Teatro de la Ópera, la Oficina de Correos, la Catedral de Notre Dame y el emblemático Hotel Continental, situado justo enfrente del nuestro.
Pero vayamos por partes. El Hotel Caravelle es el más lujoso de la ciudad. Se alza sobre un imponente rascacielos de cuidada arquitectura. Acabada la guerra del Vietnam fue clausurado, permaneciendo cerrado hasta que las autoridades del país decidieron, décadas después, restaurarlo para ponerlo a disposición del nuevo mercado turístico al que querían abrirse.
En la planta calle, además de la recepción, se encuentran delegaciones de Rolex y de otras marcas de relojes de primer nivel. La puerta de acceso es atendida por dos jóvenes vestidas al modo tradicional que, también al modo tradicional, saludan amablemente a los clientes que llegan o se van.
Nuestra habitación se encuentra en la planta veintiuno. La pared que da a la calle es una amplia cristalera que nos muestra una impresionante imagen de la ciudad. Frente a nosotros, bajo nuestros pies, las inmensas avenidas, Notre Dame, el Palacio de la Opera y el Continental, de nuevo el Continental.Fue ese hotel el cuartel general de los periodistas que durante una década dieron cuenta de los horrores de la Guerra del Vietnam. Desde allí se redactaron las crónicas que denunciaron los horrores de la guerra: el napalm arrasando selvas y poblados, cuando no la piel de niñas indefensas que corrían presas de dolor y de pánico por las asoladas carreteras del país; desde allí emitieron los canales de televisión y las emisoras de radio de medio planeta. Miro desde mi habitación la fachada de ese emblemático edificio y me pregunto para qué tanta guerra, tanta muerte y destrucción.
Viendo el Saigón actual, el Vietnam actual, llego a la conclusión de que en realidad ganaron la guerra los que la perdieron. Nada queda, salvo en la iconografía callejera, del legado de Ho Chi Minh; acaso el Partido Comunista y la burocracia que de él se nutre. Ningún servicio esencial, ningún derecho social es dispensado por el Estado: vivienda, sanidad, educación, pensiones... todo es responsabilidad de cada cual. Y la gente parece haberse adaptado perfectamente a ese modelo que les obliga a luchar por la supervivencia al modo capitalista más descarnado.La juventud de esta urbe es feliz vistiendo a la última moda, teniendo lleno el depósito de la motocicleta y disponiendo de unos dong para pagarse unas cervezas. Algo, en definitiva, no muy distinto de lo que vemos en nuestro entorno.
Y en nuestro hotel se encuentra el “Café Saigón”, otro lugar paradigmático de las décadas de los sesenta y de los setenta del siglo pasado. Concluido el artículo o emitido el reportaje, los periodistas del Continental acababan la jornada en el “Café Saigón”. Noches de calor, sudor y sexo con adolescentes obnubiladas por el brillo de los dólares que todo podían comprarlo.
Tenemos ocasión de asomarnos al mítico café, rebosante de humo de tabaco y de gente. El único lugar bullicioso que hemos visto en Vietnam. En el escenario, dos muchachas, con faldas minúsculas, acompañadas por los sones de la orquesta, cantan y bailan salsa. Me pregunto si la escena será muy diferente de la que pudo darse cuarenta años atrás y concluyo que los horadados cimientos del comunismo vigente en el país no tardarán más de una década en desplomarse. Pero, en fin, no deja de ser una conjetura.
Enclavado en una amplia plaza, se levanta el Ayuntamiento de la ciudad o Sede del Comité Popular, un hermoso edificio de estilo colonial francés construido en la primera década del siglo XX para uso hotelero.Se accede a la fachada principal recorriendo un largo paseo ajardinado. En el centro de este, presidiendo visualmente el conjunto arquitectónico, se levanta una estatua de Ho Chi Minh en posición sedente acariciando con gesto paternal el cabello de una niña.
Con una fachada de ladrillo visto de color rojizo que se trajo desde Marsella, la Basílica católica de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción o “Notre Dame” fue construida por los franceses a mediados del siglo XIX, con el propósito, aparte del religioso, de dejar constancia ante sus súbditos de la “grandeur” de la metrópoli; destacan las dos torres, de 58 metros cada una, que se alzan a ambos lados de la fachada principal.A un costado de la Catedral se alza la Oficina de Correos, un hermoso edificio de doble planta, pintado en rosa. El interior de esta obra arquitectónica de estilo colonial es un amplísima nave de techo abovedado que se sostiene sobre unas columnas y arcos de hierro fundido, pintadas en verde. En la pared que se levanta al fondo de la nave cuelga una imagen del “padre de la patria”, Ho Chi Minh con rostro beatífico.Y llegamos a la Plaza de Lam Som, en la que se levantan los ya citados Hoteles Caravelle y Continental y el hermoso Palacio de la Opera, con las paredes revestidas del emblemático color rosa de sus edificios coloniales históricos. Este espacio se ha convertido en un importante foco de actividad cultural ya que en el mismo se celebran conciertos que atraen a los jóvenes de la ciudad. Resulta sorprendente ver a los muchachos y muchachas ocupando la explanada de la plaza con sus motos. Son las diez de la mañana y podemos verles disfrutar de la actuación de un grupo de rock que ha convertido en escenario la parte superior de las escaleras de acceso al interior del Palacio.También resulta obligado visitar el actualmente denominado “Palacio de la Reunificación”, edificio que se levanta sobre una pradera y que en su día fue sede de la Presidencia de Vietnam del Sur. Fue el lugar en el que se materializó la entrega oficial del poder al Vietcong tras la caida de Saigón en abril de 1975.Saigón es el paraíso de las falsificaciones. Las grandes marcas originales coexisten con copias de considerable calidad que, a buen precio, se venden sin ningún tipo de complejo en un buen número de comercios de la ciudad. Si quieres comprar bolsos, perfumes, camisas o vestidos de las firmas más prestigiosas del mundo has llegado al lugar adecuado. Por unos cuantos dólares puedes adquirir acabadas imitaciones.
Y hablando de dólares, en Vietnam conviven esta moneda junto el euro y, por supuesto, la nacional, el dong. Los comercios no rechazan ninguna de estas divisas. No obstante, lo más aconsejable es pagar con dongs o, en su defecto, con dólares. A los euros le atribuyen un valor similar al de la moneda americana, por lo que pagar con aquellos supone adquirir los productos a un mayor precio.
Al vietnamita le gusta regatear, pero sabe hacerlo de una manera suave, pausada, sin agresividad, siempre con la sonrisa en la boca. Negociar con ellos no resulta violento en absoluto y siempre se termina llegando a un acuerdo. Cuando quieren llamar tu atención te regalan un piropo. “Guapo” o “guapa” es el más habitual. “Guapo, camisas bonitas”, te dicen. Y ¿hay alguien que pueda resistirse a un halago?.
Es importante la colonia china instalada en la ciudad y especialmente atractivo el mercado chino de Binh Tay, donde las mercancías se acumulan en cantidades ingentes para ser vendidas a pequeños comerciantes, que las revenderán después en sus pequeños comercios. Nos habla Yung de un modelo de negocio que, a oídos de un occidental, puede resultar cuanto menos sorprendente. Para favorecer el desarrollo del comercio y, en consecuencia, su propia actividad, los mayoristas instalados en este mercado dejan a los minoristas la mercancía en depósito. La pagarán cuando vayan a reponer género, una vez vendido el suministro anterior.La existencia de este mercado se debe al empresario chino Quách Diam. De origen muy humilde, empezó ganándose la vida con la venta de productos que reciclaba de la basura. Tras labrar su fortuna, contribuyó de manera significativa a poner en marcha este centro comercial. Todavía en la actualidad, la comunidad china le rinde reconocimiento en un pequeño altar levantado en su honor en el interior del mercado.Tras la comida del mediodía llega la hora de visitar el Museo de la Guerra. Siento un cierto estremecimiento al pensar que voy a recuperar en la memoria las terribles imágenes de una guerra que ejerció notable influencia en nuestra generación y en la que nos precedió.A fin de cuentas en esa terrible década de la Guerra del Vietnam la humanidad vivió una serie de acontecimientos que marcaron a hierro el curso de la historia: el movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles en Norteamérica, la liberación sexual, el nacimiento de los míticos grupos de rock y de los cantantes poetas comprometidos con la época que les había tocado vivir, el mayo parisino del 68 o el terrible octubre de ese año de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas de Ciudad de México...
El Museo de la Guerra de Saigón no pretende vender ideología, no aspira a adoctrinar a nadie. Sin pretensiones de ningún tipo, es precisamente su sobriedad lo que le hace grande. Salas vacías, sobre cuyas paredes se despliegan multitud de fotografías que recogen el drama humano de esa guerra, de todas las guerras. Los rostros que nos muestran reflejan el miedo, el dolor, la angustia del ser humano, da igual que sea vietnamita o americano, blanco o negro, mujer u hombre.
Electrizado por el horror de las imágenes que veo no puedo evitar enfocar con mi cámara alguna de ellas y guardarla para que me sirva de perpetuo recuerdo de los horrores de la guerra.
Me llama especialmente la atención la imagen de dos mujeres y tres niños sumergidas en las aguas de un embravecido río.
No quisiera equivocarme, pero creo recordar que, según el relato de Yung, los hechos acontecieron más o menos como voy a relatarlos a continuación.
Un grupo de soldados americanos llega a una aldea siguiendo la pista de unos "charlies", nombre con el que los yankies denominaban a los miembros de la guerrilla del Vietcong. Preguntan a unas mujeres y estas les informan de que han huído atravesando el río.
Temerosos de que puedan estar engañándoles y de que puedan ser víctimas de una emboscada, obligan a las dos féminas y a sus hijos a tirarse al agua y atravesar el río para después, sobre seguro, hacerlo ellos.
El fotografo fue testigo presencial del drama y, gracias a su cámara, el planeta entero.

Concluida la visita, los miembros del grupo apenas cruzamos palabras. Subimos al autobús que nos llevará al hotel y durante el trayecto guardamos silencio, interiorizando en lo más profundo de nuestros corazones esa página de la historia que se ha presentado descarnada ante nuestros ojos.
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